Agnone Este pueblo del sur de Italia, conocido por sus campanas milenarias, quiere dar a conocer sus potenciales turísticos
Extendido sobre una colina del alto Molise, en la provincia de Isernia, se encuentra Agnone, un pueblo mundialmente famoso por su milenaria fábrica de campanas, que goza de un buen clima, panoramas espectaculares, excelente cocina y precios bajos. Sin embargo, todas estas cualidades no han impedido que padezca del fenómeno de la despoblación rural. El decrecimiento demográfico, debido al menor número de hijos por familia y a la emigración, es un problema que afecta a muchos otros burgos italianos. En el caso de Agnone (se pronuncia Añone) se están realizando campañas para fomentar el regreso de sus pobladores e invitar a otros nuevos a comprar bienes inmuebles a buen precio para establecerse en una zona con un buen potencial de desarrollo turístico.
Con visión de futuro Este pueblo surgió de las ruinas de la antigua ciudad samnita de Aquilonia, destruida por los romanos durante la conquista del territorio del Samnio, decayó después de la dominación longobarda. Hasta que en 1139 llegaron aventureros conquistadores de la República de Venecia para instalarse, trayendo soldados y artesanos que desarrollaron la fundición de metales y dejaron su huella en la arquitectura en lo que aún se conoce como “el barrio veneciano”. Agnone llegó a tener el apodo de “la Atenas del Samnio”. Como el resto del sur de Italia pasó por las manos de los Anjou, los Aragón y los Borbón. En el siglo XIX tuvo una economía floreciente por la amplitud agropecuaria y las empresas artesanales heredadas de los venecianos –oro, cobre, bronce, hierro, cuero– y un consecuente desarrollo cultural. Tras la unificación de Italia comenzó a darse un desequilibrio económico por la industrialización del norte que no se igualó en el sur, lo que llevó a la emigración, principalmente a las Américas, Australia y países del norte europeo. Fenómeno que aumentó después del trauma de la II Guerra Mundial. Actualmente, los habitantes oficialmente registrados son unos 5.000. En los últimos tiempos, Agnone está desarrollando una cultura turística moderna, goza de un buen clima, una excelente gastronomía, una ciudadanía muy hospitalaria y un ambiente tranquilo. Ubicado en el medio del cuadrilátero Roma-Nápoles-Pescara-Bari y con la ventaja de precios convenientes, atrae visitantes en invierno por estar muy cercana a pistas de esquí, como las de Capracotta, y en verano porque tampoco dista mucho de las costas. Además de sus riquezas arqueológicas y paleontológicas, principalmente en la zona de Pietrabbondante, los agnoneses se han esmerado en difundir deportes como la equitación, la natación y otros, con agradables infraestructuras para practicarlos.
Dulces experiencias En Agnone se respira aire puro, hay poco tráfico –un sólo semáforo en el centro– y se recorre en una agradable caminata. Cuenta con 14 iglesias. Destacan la de San Francisco, San Marcos y San Pedro; las puertas de Semiurno, San Nicolás y San Emidio, con varias tiendas artesanales de orfebrería, objetos de cobre, bronce y hierro, como Artigianato Artistico Filippo D’Aloise. Está rodeada de bosques y a sus 830 metros de altura es un mirador natural de espectaculares vistas de colinas y valles vecinos. Una de las experiencias más simpáticas y sabrosas es la Dulcería Labbate Mazziotta, conocidos como “los pasteleros del Papa”, porque durante una visita a Agnone en 1995, Juan Pablo II quiso conocer a Nino Labbate y a su esposa Mazziotta para felicitarlos por sus productos. No es casual que tengan nombres como Hostias dos delicadas obleas del mismo tamaño de la que eleva el sacerdote durante la misa, rellenas de nueces, almendras, cacao y miel; Karol chocolatito con forma de campana relleno de crocante, y la Campana, una especie de panettone recubierto de una capa de chocolate fondente. Todas delicias que hay que probar. Igualmente, en materia de quesos –otra especialidad de la zona– cabe mencionar por lo menos dos: Di Pasquo y Di Nucci.
Hospedajes fuera de serie Para un alojamiento diferente, los agriturismos permiten disfrutar de una cocina con productos de calidad y los bed and breakfast en casas antiguas, acondicionadas con buen gusto y comodidades modernas, como Il Tomolo, en la plaza del Plebiscito, donde hacen sentir al huésped como en casa de una abuela; consentidos con desayunos llenos de dulces tradiciones. Para dar a conocer las bondades de Agnone y evitar que termine despoblado, empresarios locales han formado asociaciones culturales como “Tradiciones y Desarrollo” y “Universidad de las Generaciones”, cuyo responsable, Domenico Lanciano, ha propuesto la venta de casas, urbanas y campestres, a precios bajos. Las que una vez restauradas puedan ser utilizadas como lugar vacacional o para la jubilación, pensando en el regreso de los molisanos emigrados. A este llamado están respondiendo europeos del norte, en su eterna búqueda de sol y naturaleza; familias holandesas ya adquirieron su primer o segundo hogar en la localidad siguiendo el ejemplo de los ingleses, que se están mudando a Toscana y Umbria.
Marinelli, una fábrica milenaria Decir Agnone es, sobre todo, decir campanas. Este pequeño pueblo se enorgullece de tener lo que podría ser la fábrica más antigua de Europa, la “Pontificia Fonderia Marinelli”, con mil años de existencia. Visitar la Fundición Marinelli y el “Museo Histórico de la Campana Juan Pablo II” es una experiencia fascinante. Los hermanos Armando y Pasquale Marinelli han seguido la tradición de sus antepasados y enfrentan este original trabajo como si fuera un verdadero rito religioso y no es para menos. No sólo porque la idea de las campanas nos lleva inmediatamente a la iglesia, sino porque ellos son los únicos en el mundo que desde 1924, por concesión del papa Pío XI, agregaron a su nombre el título de “Pontificia”. En videos exhibidos durante la visita se puede notar que el inicio de la construcción de una campana que cuenta con la bendición sacerdotal, es excepcionalmente emocionante y fue la primera fase de la “Campana de la ONU”, que en el año 1995 fue bendecida por el Papa Juan Pablo II. Algunas de las campanas más famosas construidas por esta familia se encuentran en el Santuario de Pompeya, así como en la Abadía de Motecasino; también en la Basílica de San Pablo en Roma, en San Giovanni Rotondo –en la tumba de Padre Pio– e, incluso, en la Torre de Pisa. Pero la mayor y favorita de los Marinelli es la Campana del Jubileo del año 2000. Se trata de una campana que tiene dos metros de diámetro, cinco toneladas de peso; está afinada en la nota sol y que fue colocada en los jardines del Vaticano. Además, hay campanas de la Pontificia Fundición Marinelli desde la ciudad de Nueva York, en San Francisco, Montreal, Buenos Aires, Río de Janeiro, Jerusalén, Seúl, Sidney, Tokyo, Hiroshima, Cracovia, Madrid, Montpellier, hasta Beijing. Estos hermosos instrumentos que nos llaman a la espiritualidad no sólo tienen una función ligada a la religión. También son usados en monumentos patrióticos, para conmemorar hechos históricos, en modernas esculturas y en obras musicales. Es importante mencionar también que las campanas de los Marinelli, afinadas por el “maestro campanaro” Antonio Degli Quadri, han participado en conciertos dentro y fuera de Italia. Como dato curioso, hay que acotar que para lograr el tono musical de cada campana se requiere una precisa ecuación matemática que se aplica durante su construcción. Esperemos que las famosas campanas de Agnone sirvan para llamar a los molisanos que se encuentran dispersos por el mundo –incluso los que está radicados en Venezuela, que son muchos– para que regresen a su tierra de origen, aunque sea de vacaciones, y no la dejen languidecer.
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